viernes, 19 de enero de 2007

Soy lo que como. Como lo que veo.

En ocasiones la televisión resulta paradójica. Esto no es ninguna novedad. Y a menudo una paradoja conduce a algún tipo de reflexión. Hoy he estado viendo el programa "Soy lo que como" de Cuatro, un programa con una estructura similiar a "Super Nanny" en el que el supuesto objetivo es cambiar los hábitos alimenticios de alguien lo suficientemente desesperado como para llamar a un programa de televisión y dejarse introducir cámaras en su casa para que la audiencia pueda contemplar sus comportamientos bulímicos.

Al programa hay que reconocerle algunos méritos: intentar acabar con algunos mitos (como el de "beber agua mientras se come engorda" o "saltarse algunas comidas adelgaza") o incidir en lo saludable de comer frutas y verduras. Además el tono general es respetuoso y el montaje es muy decente desde el punto de vista televisivo.

Sin embargo, creo que su atractivo principal no es tanto su componente didáctica (que sin duda la tiene) como su morbosidad. Con esto quiero decir que el espectador no disfruta tanto por aprender a comer correctamente como por ver lo mal que lo hacen "los demás". En la primera fase del programa se estudian los hábitos de la persona en cuestión hasta el punto de ponerle cámaras en la nevera o preguntarle acerca de sus procederes con el desayuno mientras se zampa un bocadillo de panceta y una cocacola. Además un supuesto programa informático realiza un morphing para que la víctima vea cuál será su cara en el futuro si sigue comiendo como lo hacía y como sería si se pone las pilas. Por supuesto, el programa informático nos presenta la versión "gorda" mal peinada, con el pelo grasiento y sin maquillar mientras que la versión "saludable" aparece con corte de pelo incluído (y limpio) y acabada de salir del esteticista. En el primer programa una madre rompía a llorar ante la imagen de su hija hecha un auténtico monstruo. Una ligera concesión al sensacionalismo que, visto lo que corre por las parrillas de otras televisiones a la misma hora, suena a minucia.

Pero lo que más me ha llamado la atención del programa ha sido algo que paradójicamente no forma parte de él. Me refiero a los anuncios. En el bloque central de anuncios (de aproximadamente 15 minutos) abundan, como no podría ser de otra manera, los anunciantes de productos comestibles. Dada la naturaleza del programa, éste se convierte en una plataforma perfecta para que los anunciantes puedan asociar su marca a unos buenos hábitos alimenticios. Algunos anuncios que recuerdo:
  • Kit Kat
  • Piccolinni de Buitoni (mini pizzas congeladas)
  • Lasagna congelada La Cocinera
  • Galletas El Príncipe
  • Chocolates Nestlé
  • Filetes de Atún en salsa Isabel (precocinado)
Vamos, que con los productos anunciados podemos confeccionarnos una dieta sana y equilibrada... Pero ahí está la reflexión que yo me hago: la publicidad paga la televisión que vemos. A pesar de las buenas intenciones del programa su mensaje positivo queda un poco diluido si uno se resiste a hacer zapping en los anuncios. La publicidad actúa en este caso como un parásito que se apropia unos valores que no tiene para transferirlos a sus productos. Si al final una parte del carrito de la compra es siempre compulsiva, por lo menos que no nos sintamos culpables. ¿No?

Somos lo que comemos. Comemos lo que vemos en la tele.

¿Escribo yo la última frase?

Vale. Somos lo que vemos en la tele.

1 comentario:

miriam dijo...

Todo este tipo de programas me parecen perversos. Desconfío de sus supuestas buenas intenciones. Su único interés es el que precisamente produce la publicidad: dinero.
...y aún hay gente que piensa que en OT enseñan a cantar...ay...