lunes, 17 de septiembre de 2007

La señal

Como en la mayoría de museos de Cuba, hay cuatro cositas para ver. El museo Nacional de la Cultura Yoruba en Ciudad de la Habana, el más caro de todos los que visité, consta de una sala con unas 25 esculturas de madera que representan los principales orishas. Además, por la voluntad, una guía te explica brevemente las propiedades de cada uno de ellos, su relación con otros orishas y sus equivalentes con los santos católicos. Puede verse también un altar con los utensilios dispuestos para la celebración de un ritual santero.

La guía, una negra de unos 40 años, con porte elegante y vestida de blanco va explicando, de forma un tanto mecánica, cada orisha. Te mira directamente a los ojos. Al cabo de un rato le pregunto:

- Esto de vestir todo de blanco es por imposición de su religión, ¿no?
- No mi amol, esto es el uniforme del museo.

Esto...vale. Después de las risas nos comenta que lleva 10 años desde que se inició en la religión yoruba y que, efectivamente, se van haciendo una serie de promesas. Durante el primer año, el aspirante a santero debe vestir íntegramente de blanco, inclusive el calzado.

Tras presentarnos a Babalú Ayé nos despedimos cordial y distendidamente. Sin embargo al salir aún siento un pequeño escalofrío. Y es que a los cinco minutos de visita la guía había detenido su explicación del santo de turno:

- Tú no crees mucho en esto, ¿verdad?
- Pues la verdad es que no, aunque me parece interesante y lo respeto.
- Eres, como se dice...
- Un escéptico
- Eso. Pues yo te digo que tú vas a recibir una señal y vas a creer en esto
- ¿Cómo dice?
- Vas a recibir una prueba de que esto es real
- Ah! Pues nada...

Me imagino que debe soltarle esto a todos los turistas que muestran cierto interés por su religión y que estén dispuestos a dejarse sugestionar. En cualquier caso, preferí no hacer burla de la "predicción" y aceptarla cordialmente. De hecho, al cabo de dos semanas tuve un sueño y me acordé de la guía del museo. Quizá se trate de "la señal" aunque me temo que el inconsciente soltó un poco de Cuba esa noche. No me veo todo un año de blanco...

lunes, 3 de septiembre de 2007

Pesadillas recurrentes del pasado

Hace unos días, charlando con mi pareja y una amiga, surgió el tema de los sueños. Entre copas de vino y un puro criollo (tipo de puros que fuman los campesinos cubanos, hechos de hojas de tabaco sin añejar ni aromatizar y liados a mano) empezamos a explicarnos sueños y a aventurarnos en posibles interpretaciones. Cuando repasamos las pesadillas me llamó la atención la coincidencia entre personas. ¿Cómo es posible que personas que en aquel momento no tenían nada que ver, que ni siquiera se conocían, puedan tener pesadillas prácticamente calcadas? Eso me hizo pensar en la naturaleza del miedo, en qué hay de animal dentro de nuestra mente que nos hace a todos semejantes y en las teorías de Jung. En fin, eso es otro tema de discusión, tan sólo quería dejar constancia de un par de mis pesadillas recurrentes de la infancia.

Maremoto
Estoy nadando en la playa, a unos 20 metros de la orilla. El mar está levemente picado y las olas me mecen en un movimiento de arriba a abajo. Cuando estoy arriba siento un poco de vértigo y cuando estoy abajo me veo rodeado de agua. Siento una sensación de riesgo que, en el fondo, no es del todo desagradable.

Sin embargo, en uno de los momentos en los que estoy arriba, veo como se empieza a formar una ola descomunal en el horizonte. Cuando bajo el ángulo de visión me impide verla pero cada vez que subo veo que la ola es más cercana y más alta. Esa ola debe tener unos 300 metros de altura tranquilamente.

En este punto el sueño tenía distintos finales. En ocasiones intentaba avanzar hacia la ola con la intención de esquivarla buceando por debajo de ella. En otras nadaba frenéticamente hacia la orilla (siempre con la sensación de que los brazos no respondían) con la ingenua esperanza de huir a un lugar alto. En otros me situaba en lo alto de la ola y veía el paisaje desde las alturas, pensando en el castañazo que me esperaba cuando la ola rompiera.

Sin dientes
Noto un ligero movimiento en uno de los dientes. No le presto demasiada atención hasta que noto que he tragado algo duro. Me falta un diente. Y se me empiezan a mover el resto.