lunes, 18 de junio de 2007

Fidel Castro y Compañía, S.A.

La casualidad ha querido que en la misma estantería de casa convivieran este libro y dos pasajes con destino a Santiago de Cuba el próximo mes. Así que me pareció muy buena idea irme adelantando al viaje con el legado del primer presidente de la Revolución Cubana, Manuel Urrutia.

El autor
Manuel Urrutia fue un respetado juez que, en plena época de Batista, emitió un voto particular absolviendo a los revolucionarios del Granma en el juicio que finalmente llevaría a Castro a la cárcel por el intento frustrado de derrocar al dictador. El motivo del juez fue que todo pueblo tiene derecho a la resistencia , incluso armada, ante un régimen opresor. Este derecho estaba expresado en la constitución cubana de 1940.

Tras el éxito de la segunda tentativa, los revolucionarios pensaron en él como presidente provisional de Cuba, en el tránsito hacia la democracia. Sin embargo Urrutia era (según sus palabras) un demócrata militante, crítico con cualquier tipo de dictadura, incluidas las socialistas (entiéndase comunistas). Pronto se reveló que ese "tránsito a la democracia" era en realidad un tránsito al comunismo, con lo que se convirtió en una figura incómoda y finalmente fue acusado de "actos cercanos a la traición" y vivió exiliado en Estados Unidos hasta el final de sus días.

La obra

El libro, escrito en el exilio el 1963, consta de tres partes. En la primera desgrana su discrepancia con Fidel Castro al que critica duramente no por revolucionario, sino por comunista: por silenciar a la prensa disidente, los sindicatos y los profesionales liberales y, sobretodo, por faltar a los principios de la Revolución que el propio Castro dirigió por radio desde el cuartel de la Sierra Maestra. Explica los motivos que le llevaron a aceptar el cargo que le fue propuesto (su acuerdo con los principios de la Revolución y la necesidad de derribar la dictadura de Batista) y los motivos que le llevaron a renunciar al cargo.

En la segunda parte hace una interesantísima crítica al sistema comunista. Rechaza las ideas de Marx, Lenin, Trotsky y discursos de Kruschev de la época con los propios argumentos del socialismo (de nuevo no confundir con el socialismo de hoy día). Para él el comunismo es socialmente utópico, económicamente improductivo y no logra acabar con las clases sociales, sino que substituye la clase burguesa por una nueva clase de burócratas. Por no lograr, no logra ni acabar con el sistema capitalista, ya que en los países denominados comunistas ha acabado por implantarse un tipo de capitalismo en el que la única empresa es el Estado (de ahí lo de Fidel Castro y Compañía, S.A.), que ejerce a la vez de único vendedor, único empleador y único propietario.

La última parte, la más breve, es una apología de la democracia militante, la libre empresa y el Estado como benefactor, llegando allí donde la iniciativa privada no puede llegar.

Lo que me queda

En algunos momentos los adjetivos y las coletillas que el autor utiliza para referirse a los dirigentes de su país, inclusive el Che Guevara (aún más poperizado que Audrey Hepburn) suenan faltones, aunque sin perder la elegancia. Puede disculparse en alguien que por defender unas ideas, más si estas son democráticas, se ve obligado a exiliarse de su país para el resto de su vida.

Sin embargo, el libro es profético en muchos aspectos: el carácter vitalicio y dictatorial del régimen cubano, su falta de democracia y la de todos los países comunistas (China, Corea del Norte, Líbia, o Vietnam no son precisamente paraísos de la libertades), el servilismo de Cuba respecto la URSS (recordemos que Castro no pintó nada en la Crisis de los Misiles del 63), la caída de la la economía cubana, etc...

También erró en algunas previsiones: creía que el pueblo cubano se alzaría contra la nueva dictadura en un periodo breve de tiempo. Fidel Castro lleva 48 años al frente de Cuba y ahora que no está en condiciones, ha dejado el país en manos de su hermano Raúl. Como los señores feudales. Mientras él recibe las visitas de Hugo Chávez, que hace escasos días ventiló la principal televisión disidente del país y la substituyó por otra de su agrado.

También me quedo con la crítica al turista desdocumentado, aquél que inducido por la idea romántica de un mundo sin clases o por un antiamericanismo a ultranza olvida que Cuba vive bajo una dictadura vitalicia con una sola voz, donde si hace falta se encarcela y fusila.

Manuel Urrutia (centro) con Ernesto "Che" Guevara (a su derecha) y Camilo Cienfuegos (a su izquierda)

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